Alrededor de Gabriela Mistral se construyó un referente simbólico que la consagró como "madre de Chile", y excluyó pasajes de su vida privada que rompieron las normas sociales de su tiempo.
Para las críticas y escritoras Raquel Olea, Ana Pizarro y Diamela Eltit, el trabajo pendiente es reconstruir la complejidad personal y escritural de la poeta chilena, labor que es posible realizar a partir de un conjunto heterogéneo de donaciones recibidas por el Museo Gabriela Mistral de Vicuña.
Entre ellos se encuentra la efectuada en 2007 por Doris Atkinson, que incluyó documentos que estaban bajo la custodia de Doris Dana. Este nuevo material impuso el desafío de analizar con nuevas perspectivas su obra, sus retratos y su trayectoria de vida.
Los aportes de Felicitas Klimpel e Isolina Barraza, contribuyen también a reconocer la importancia de estos elementos no considerados en otros trabajos bibliográficos sobre la Premio Nobel.
Infancia entre mujeres
Su vida transcurrió junto a mujeres, desde que su padre la abandonó a los tres años. Su madre Petronila Alcayaga Rojas y su hermana Emelina Molina Alcayaga fueron centrales en su infancia.
Emelina Molina inició en la lectura a la pequeña Lucila y mantuvo económicamente el hogar con lo que ganaba como directora de la escuela rural de Montegrande.
La figura de la madre en la poesía de Mistral es recurrente. Ejemplo de ello es la primera sección del poemario Tala, titulado "Muerte de mi madre", en que se incluye el poema "La fuga":
"Madre mía, en el sueño
ando por paisajes cardenosos:
un monte negro que se contornea
siempre, para alcanzar el otro monte;
y en el que sigue estás tú vagamente,
pero siempre hay otro monte redondo
que circundar, para pagar el paso
al monte de tu gozo y de mi gozo" (Mistral, 1938:11).
El escritor Volodia Teitelboim señaló que después de la muerte de Petronila en 1929, la escritura de Mistral intenta "resucitarla con su desesperación, sus rezos y sus palabras" (1991: 29).
En su infancia y adolescencia las relaciones con mujeres también significaron sus primeros dolores y humillaciones.
En documentos más personales, Mistral recordó la ocasión en que fue acusada del robo de útiles escolares por su maestra y madrina Adelaida Olivares, y sus compañeras en la escuela de Vicuña:
"Allí me recibieron con una lluvia de insultos y piedras diciendo que nunca más irían por la calle con la ladrona. Esta tragedia ridícula hizo tal daño en mí como yo no sabría decirlo. Mi madre vino a dar explicaciones acerca de este hecho, y aunque logró convencer a mi maestra […] de mi inocencia, salió con la idea, por supuesto que impuesta de que yo no tenía condiciones intelectuales de ningún género y que sólo podría aplicarme a los quehaceres domésticos" (En Zegers, 2004:3).
Más de 30 años estuvo alejada de Chile. En sus viajes la acompañaron Laura Rodig, Palma Guillén y Doris Dana, con quienes compartió sus inquietudes políticas, artísticas e intelectuales.
Contexto de producción de la obra de Gabriela Mistral
Su obra se inscribe en la segunda transformación de la modernidad latinoamericana, comprendida entre 1920 y 1950 (Rojo, 1997), época en que emergieron nuevos sujetos e identidades culturales que configuraron discursos alternativos a los oficiales (Salomone, 2004).
Dentro de ellos destacaron los de las escritoras.
Sin considerarse feminista, en su obra más política Mistral se refirió a las luchas de sus pares intelectuales por el reconocimiento en la sociedad moderna y aportó una mirada crítica a las discusiones vigentes.
Por ejemplo, cuestionó la celebración del ingreso al mundo laboral, pues la realidad de las mujeres de sectores populares quedó fuera de los planteamientos feministas.
Según Gabriela Mistral, las mujeres más pobres trabajaban desde pequeñas en condiciones cuestionables, en lugares alejados de las grandes ciudades. Para la poeta, estas experiencias fueron invisibilizadas por el feminismo de su época, por lo que éste no podía ser considerado un movimiento integrador.
"Antes de los feminismos de asambleas y de reformas legales. Cincuenta años antes, nosotros hemos tenido allá (en el Valle del Elqui), en unos tajos de la Cordillera, el trabajo de la mujer hecho costumbre. He visto de niña regar a las mujeres a la medianoche, en nuestras lunas claras, la viña y el huerto frutal; la he visto hacer totalmente la vendimia; he trabajado con ellas en la llamada "pela del durazno", con anterioridad a la máquina deshuesadora" (Mistral, 1957: 296).